viernes, 30 de diciembre de 2011

La vida no debería ser esto


Como almas en pena,
movidos por el sueño de lo que nunca fuimos,
sin ser al fin capaces de alzar los pies del suelo,
atados a un reloj…

La vida
no debería ser esto, te repites.
Pero la realidad se agolpa impenetrable
en los ojos cansados
que en el vagón devuelven a tu mirada inerte
reflejos de caminos paralelos.

Yo no,
no a mí,
yo sé que a mí la vida
me guarda otro destino…

Mentiras como salmos que todas las mañanas
acompañan tus huesos al pie de la oficina…

jueves, 29 de diciembre de 2011

Un arte de vivir



Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa,
tu corbata de tarde, la carta que le escribes
a un amigo, la opinión sobre un lienzo, que dirás
en la charla, pero que no tendrás el torpe gusto
de pretender escrita. Beber, que es un placer efímero.
Amar el sol y desear veranos, y el invierno
lentísimo que invita a la nostalgia (¿de dónde
esa nostalgia?). Salir todas las noches, arreglarte
el foulard con cariño esmerado ante el espejo,
embriagarte en belleza cuanto puedas, perseguir
y anhelar jóvenes cuerpos, llanuras prodigiosas,
todo el mundo que cabe en tanta euritmia.
Dejar de amanecida tan fantásticos lechos,
y olerte las manos mientras buscas taxi, gozando
en la memoria, porque hablan de vellos y delicias
y escondidos lugares, y perfumes sin nombre,
dulces como los cuerpos. ¡Qué frío amanecer entonces,
qué triste es, qué bello! Las sábanas te acogerán
después un tanto yermas, y esperarás el sueño.
Del día que vendrá no sabes .nada. (No consultas
oráculos). Te quemarán hastíos y emociones,
tertulias y bellezas, las rosas de un banquete
suntuario, y las viejas callejas, donde se siente
todo, en el verano, como un aroma intenso.
Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa.
y si todo va mal, si al final todo es duro,
como Verlaine, saber ser el rey de un palacio de invierno.

Luís Antonio de Villena

jueves, 1 de diciembre de 2011

Tratando de aprehender



Intuyo que llegué a la luz de casualidad, que no me era predestinada. La rocé con las manos un momento para sentir su tacto. Para aprehender en mí algo de su estructura. Por si en un solo instante, a través de las yemas de mis dedos, podía transformarme. Transformar este barco a la deriva, sin quilla ni codaste, sin roda ni timón, en un buque flotante, estable, navegante. Pero la luz se fue, se apagó, se hizo humo. Intuyo que quizá solo quiso enseñarme que nada es infinito...

viernes, 18 de noviembre de 2011

El orden y el vacío



Todo se transformó una tarde, arrancando los colores del sillón, llevándose la luz y las bombillas, pintando mis paredes de cansancio. Caí sin darme cuenta en la tierra de nadie, sin ayeres ni mañanas que pisar. En mi casa no hay caminos de ida y vuelta, solo callejones que no conducen a ninguna parte. Callejones como laberintos que crecen en círculos, que me devuelven contínuamente al vacío de sepulcro en el que anido, como un pájaro de alas rotas. Un pájaro en el que no reconozco nada de lo que fui.

Nadie cambia de pronto. Sin embargo yo cambié, o me cambiaron las circunstancias, el tiempo, las decepciones. El hastío de no hallar nada detrás de las puertas. El tedio de mantener la misma rutina. Tantas noches como armarios repletos de conversaciones vacías. Tantas mañanas para borrar. Tanta nada. El orden continuado, matemático y lógico del que se ha dejado atrapar por el vacío. La soledad acechando en la garganta, cuando los teléfonos quedaron mudos. Y en algún rincón, adormecida, la incertidumbre de un futuro ni tan siquiera late.

Todo sigue su orden. Suena el despertador. Sé qué es lo que me espera esta nueva jornada. Lo mismo que las otras. Abandonaré el calor de las mantas, iré hasta la cocina y me pondré un café que tampoco conseguirá despertarme. Tomaré una ducha. Me vestiré con la misma ropa de todas las mañanas. Pasaré del frío de la calle al calor del metro. Llegaré a la oficina. Las horas volarán como si nada y llegará la noche. Y al cabo de unas horas, cuando por fin mi espalda se acurruque de nuevo entre las sábanas, soñaré con un cambio de rumbo, con el desorden, con que regrese al menos el miedo o el llanto a alborotar mi mundo. Con la fatalidad asomando a mi puerta.

Con un poco de caos, dentro de tanto orden. Con un poco de luz entre tanto vacío.


jueves, 27 de octubre de 2011

Falsas memorias. Recuerdos olvidados

El reloj ha avanzado transformando los días en semanas, las semanas en meses y los meses en años. Echo la vista atrás y no distingo que ha pasado entretanto. Entre el día fatal cuyo recuerdo se va haciendo más pobre en mi memoria y este día en que escribo acusando la ausencia.

Tu risa me venía por momentos, de forma inesperada, golpeando las riendas de mi mente e inundando mi cuerpo de nostalgia. Ahora, porque aparezca, tengo que establecer un triste rito. Cierro los ojos, pienso, trato de recordar. Imagino que aquella que llega a mi memoria es igual a la tuya. Pero ya no lo sé. Te me has debilitado en las entrañas. Contra todo pronóstico, y en contra del deseo de mantenerte cerca, dentro de mí, a seguro, menguaste entre mis días y el paso de los años.

Antes casi sentía tu presencia silente. Hoy apenas estás. Preciso de buscarte para traerte aquí. Nunca todo lo cerca que hubiera deseado. Siempre todo lo lejos que te fuiste.

Entre noches y sueños, mientras surco la vida de espaldas a tu huída, cuando todo camino que tomo es ciertamente el camino que hubieras despreciado, cuando soy, aún si cabe, más tú de lo que fuiste, tú eres, aún si cabe, menos yo por momentos.

Pero aún así me aferro a la falsa memoria del recuerdo de ti. Necesito de él para seguir viviendo esta nuestra no-vida.

Ya que la vida pasa, ojalá se pudieran congelar los recuerdos, guardarlos bajo llave, saber a cada instante que si los necesitas estarán a resguardo. Abrirlos solamente en las noches más frías. Dejarlos que traspasen los ojos, las entrañas, que naveguen en círculos por nuestro cuerpo inerte, hasta llegar allí donde solo se alojan sentimientos. Dejar que reconforten nuestros cansados pasos, acurrucar la mente mecida entre sus brazos, y dejarlos después en su lugar correcto.

Ojalá tantas cosas no fueran necesarias.

Ojalá nuestra vida no fuera tan humana.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Lunáticas


Cuando nací, mi madre me regaló la luna. A mi hermano mayor le había regalado sol y después al pequeño le regalaría el viento. Quién sabe qué hubiera hecho si hubiera tenido más hijos. Podría haber continuado apropiándose de elementos y haberles regalado el mar o las olas, las montañas o el cielo. Pero a mí me regaló la luna y hoy sé que no sabía, mi madre, lo que influyó después ese extraño regalo en lo que fue mi vida.

No sé cuando fui realmente consciente de ello, pero un día, una noche como tantas en las que daba vueltas por la casa sin encontrar el sueño, me paré en la ventana para observar la calle. Y de pronto la vi. Allí estaba, redonda e impactante, gobernando en un cielo tan oscuro que apenas si dejaba vislumbrar las estrellas. Era clara y perfecta, llena, proyectando su aura que se iba diluyendo conforme se alejaba de sus formas, poco a poco, hasta que se perdía entre la oscuridad. Puede que fuera entonces, o quizá mucho antes, cuando al final lo supe. Supe que aquella luna, desde siempre, había marcado todos y cada uno de mis pasos errantes, y seguiría marcando los que aún, si tenía suerte, me quedaran por dar.

En ella percibí la misma soledad que yo sentía, la misma fortaleza que se mostraba un día para ir deshaciéndose después, en los siguientes, hasta quedarse en nada, -no como el viento ni como el sol, siempre tan consistentes, siempre tan implacables-. En la luna encontré mi atracción por lo oscuro, el imán que me mueve hacia lo más difícil, mi afán por imposibles. Reconocí en su forma mi pasión por la noche y todo lo que esconde, el miedo al nuevo día, la fiel necesidad de tener un rincón donde poder perderme y alejarme del mundo, un rincón en el día donde escondernos, ella primero y yo siempre detrás, de todo lo que ocurre al margen de nosotras, y de nosotras mismas.

Tanto ella como yo tenemos varias caras. Una es fuerte y segura, y otra pequeña y débil. Y entre medias hay miles de caras como grados de lo que nunca fuimos o seremos por siempre. Crecemos y menguamos de forma progresiva, junto con la ilusión y nuestro brillo, junto con el dolor y el desamparo.

Pero existe otra cosa, por encima de todo, que las dos compartimos. La no resignación. Por eso cada día luchamos incansables sin dejarnos caer. Llueva o truene en su cielo, se oscurezcan mis días o enreden mis caminos, cada noche nosotras volvemos a salir a buscar nuestras fuerzas, el esplendor radiante que rozamos apenas unos pocos momentos de nuestra larga vida, la luz que nos permita desafiar a la noche. Aunque luego esa fuerza se nos vaya apagando y vayamos menguando, otra vez, poco a poco, la oscuridad nos pueda hasta casi borrarnos, hacernos invisibles, pura intuición. O nada.

Y entonces, cuando solo la noche y su ausencia de luz nos cubre por completo, cogemos aire, apretamos los dientes, y tomamos impulso con todas nuestras fuerzas.

Cíclicas infinitas, ella tal como yo, yo siempre como ella, unidas sin saberlo en nuestra eterna danza. Lunáticas y erráticas. Y siempre testarudas.

martes, 13 de septiembre de 2011

Tiempo de reescribir

Es hora de borrar, y cuenta nueva,
hora de hacer capítulo de daños,
recoger lo sembrado, (los minutos de dichas,
el pus de las heridas por tenerlas presentes,
los platos que rompí, por no dejar añicos)
y mirar al futuro.

No hay nada ya de ayer entre mis nuevos pasos.

Todo pasó, sin más,
sin dejar ni siquiera resquicios de dolor o de alegría.
Se fugó, se hizo humo,
recuerdo del recuerdo que ha de ser olvidado.

Mi vida fue... mi vida,
(qué voy a relataros si fui parte de ella).
Fue, supongo, una vida
como todas las vidas
con sus sombras y luces.

Yo sé que en esa vida reí como ninguno.

Sé que también sufrí,
aunque nunca mis labios pronunciaran el llanto
que me anidó por dentro,
que quise y fui amado durante muchas horas
donde todo era cielo sin rastro de tormentas.
Que incluso, algunas noches
llevaron en su esencia con nombre y apellidos
un diminuto mundo que giraba al completo
sin precisar de otros.
Que aprendí en cada golpe a ponerme de pie,
a seguir respirando,
como aprendí también a recaer de nuevo,
-lo que es el más difícil y grande de mis logros-.

Hoy, qué importa la fecha,
comprendo que esa vida ha tocado a su fin.
Es hora de hacer cupo de cenizas,
reinventarme otra vida para este mismo cuerpo,
buscar,
seguir buscando,
aquello que le traiga ilusión a mi rostro,
a todas las mañanas,
a todos los segundos que me queden,
(si es cierto que aún me queda un tiempo que perder).
Empezar otra vez a construirme
como si fuera hoy el primer día
que mis ojos toparan con el sol.

Comenzar, como un niño,
viendo por vez primera lo que he visto mil veces,
reescribiendo mi historia con la letra de aquellos
que saben que la historia muchas veces se tuerce,
se rompe,
se desmembra,
sin que por eso el mundo se detenga en su marcha.

Borraré lo anterior, pulsando alguna tecla
del todo imaginaria,
que hará que se evaporen los sueños del ayer.

Cuanto he sido feliz,
cuanto he penado,
formará entonces parte de una historia lejana,
del recuerdo de un otro que alguna vez fui yo,
aunque no sea yo mismo.

Perdonen quienes dejo mis ausencias.
Reciban quienes lleguen mis futuros.

lunes, 29 de agosto de 2011

Construyamos castillos


Yo estaba allí. En la playa de la foto, viendo como mi sobrina y la hija de unos amigos hacían un castillo, o un agujero, o una fortaleza, qué más da. El caso es que se entretenían jugando con la arena y con el agua, cavando con sus pequeñas manos un pozo, creando una estructura que consiguiera sostenerse pese al golpe de las olas, pese al paso de la gente, por el simple placer de construirla. Ambas sabían que pronto su creación volvería a caer, sería de nuevo arena sin forma, sin siquiera recuerdo de que otra vez fue algo, un castillo, una simple fortaleza, un qué sé yo con pozo. Y no les importaba.

Y yo, desde mi silla, las miraba hacer pensando que crecemos y olvidamos que la vida es simplemente eso. Crear y disfrutar creando. Andar, viviendo en cada paso. Qué más da qué pasará después. Qué importa si hay mañana, si todo se destruye o continúa en pie, si el paso de las olas convertidas en tiempo borra hasta nuestras huellas, obligándonos a comenzar de nuevo, a construir de cero toda nuestra estructura.

No hay finales que traigan una felicidad reconcentrada. Todo es hoy y es ahora.

Construyamos castillos.

martes, 23 de agosto de 2011

Podría?

"Podría haber seguido sentado en el bostezo. Podría haber seguido estancado en la rutina, cerrando disfrutes y almacenando siesta. Podría haber evitado todo cambio, ausentarme en mente y presentarme únicamente en cuerpo.
Podría haber seguido sentado en el bostezo? No, imposible. Al menos, ahora ya estoy en movimiento."


Eloy Moreno, "El bolígrafo de gel verde"

miércoles, 27 de julio de 2011

Ver brillar una chispa donde solo había nada
y recoger parte del corazón
de las cenizas

viernes, 15 de julio de 2011

Mañana a quién le importa

Los trenes siempre tienen un no sé qué romántico que me invita a escribir.

Será porque el paisaje se convierte en sus viajes en cuadro en movimiento, porque con sus raíles dirigen la nostalgia, o por su esencia misma que aloja lo caduco. Qué sé yo. No me importa. El caso es que yo escribo, traqueteando hacia el sur.

Escribo reflexiones, recuerdos, pesadillas. Mi forma de estar triste siempre termina en tinta y se queda a vivir entre las páginas. Y últimamente todo acaba en papel, porque ya no me quedan ilusiones.

Ni siquiera hace un año que desaté la cuerda que me arrimaba al mundo de los otros, al debería de ser, al ya es hora de qué.

A partir de ese entonces mi (in) estabilidad se ha sustenado solo en dos variables, dos hilos que mantienen mi pobre marioneta erguida pese a todo, dos espacios que han sido el pan como el cobijo de la que fue mi vida.

Ahora, sobre este tren, echo la vista atrás y sé que ya están rotos.

En breve quedaré doblada ante mí misma, marioneta sin forma sin director de orquesta ni más pasos que dar. Tan solo un trasto inútil olvidado a su antojo, sin nada que lo una al correr de este mundo.

Ahora que lo comprendo, ya no me puede el miedo, la ira o la tristeza. Antes sí. Yo soy una persona con el apego fácil, el genio inoportuno, la frustración al día y un gran campo de dudas. Pero también aprendo a resignarme cuando ya no hay batallas donde seguir luchando.

Porque, ahora lo sé, por vez primera en estos treintaytantos peldaños de escalera, con estos hilos rotos, sentada sin soporte, quizás esté más sola, pero ahora soy libre.

Cuando no tienes rumbo que seguir ni un lugar donde puedas alojarte, no hay nada que perder. Ya todo lo has perdido.

Equivoqué los pasos, algún día, para llegar aquí. Pero ahora ya no importa. Casi nada ya importa. Solo salir del tren que me lleva hacia el sur, encender un cigarro, pedir una cerveza, recordar el pasado con una mano amiga y dejarme llevar.

Mañana, quién lo sabe... Mañana a quién le importa...

lunes, 20 de junio de 2011

Astillas


Recuerdo la longitud y la oscuridad de ese camino que me llevaba de mi habitación al cuarto de estar, del hall al cuarto de mis hermanos o de la cocina a ningún sitio, cuando se convertía en parte de un círculo vicioso en el que me adentraba una y otra vez subida en mi patinete rojo, huyendo de los gritos de mi madre advirtiéndome de que iba a destrozar el parquet de madera. Recuerdo sus altos techos y los pobres apliques que apenas conseguían darle vida y que alguna vez ocultaron las joyas de mi madre durante los meses en los que no pudo recordar dónde las había escondido. Recuerdo la cola y el papel, un pequeño rodillo manchado de pintura blanca, y unas estanterías repletas de sacapuntas con formas antiguas. Y me recuerdo en una de las fotografías de los marcos que mi abuela exponía en él a modo de museo.

Recuerdo todas y cada una de sus ocho entradas y sus cinco puertas por las que poco a poco fueron entrando los años y el presagio de lo que sería mi vida. Recuerdo cómo por él apareció mi primera guitarra, mi primera libreta, mi primera ilusión. Como también recuerdo, o tal vez imagino, cómo la realidad lo recorrió una tarde cuando el sonido del timbre de la puerta lo cubrió todo de gritos y de llantos.

Recuerdo especialmente las noches en las que se cargaba de sombras. Recuerdo al hombre verde que vivía en los ojos de mi hermano pequeño, sentado sobre una maleta bajo el arco que le daba fin. Recuerdo aquel recodo que escondía el teléfono y unas llamadas sin voz que traían la amargura a los ojos de mi madre. Y recuerdo las bienvenidas que, cada cuatro meses, lo cubrían de luz y de carteles.

Pero sobre todo recuerdo cómo cada día me enseñaba lo que era el dolor de la mano de esos fragmentos que se clavaban en mis pies por no haber escuchado las advertencias de mi abuela y haber abandonado, como siempre y otra vez, las zapatillas debajo de mi cama. Recuerdo los alfileres con los que mi madre y mi abuela trataban de sacarlas de mi cuerpo. Y recuerdo mis gritos negándome a dejarlas a hacer.

Recuerdo todo hoy, cuando pagaría por poder subirme de nuevo en mi patinete rojo para huir, aunque fuera en círculos, anhelando que todo el dolor que se acerca a mi vida pudiera resumirse en las astillas clavadas en mis pies, esperando que toda la oscuridad que ahora conozco pudiera esconderse, como entonces, en el fondo de ese largo pasillo que ahora, ya, ni tan siquiera existe.

viernes, 10 de junio de 2011

En blanco



Mi corazón en blanco
espera alguna mano que lo escriba.

No hay letra que le alcance
en estos días absurdos
ni mano que se acerque con su pluma
por fin a darle un nombre.

Con todos los silencios del papel,
mi corazón en blanco,
se encuentra en esta noche
sin palabras.

Mi corazón en blanco
con delirios de tinta y trementina
sufre las pesadillas del vacío.

lunes, 6 de junio de 2011

El diluvio



Estoy tras la ventana. El cielo de Madrid se desvanece en líquidos recuerdos con olores de invierno prematuro. Me giro y ahí estás, con sueños de poeta adolescente, sentado en un sillón que no es el mío, sino un sillón robado al tiempo y la distancia, ocupado en la ausencia de sus dueños. En el suelo, sobre una manta azul, yo te sonrío. Mis ojos aún conservan toda la ingenuidad de quien no sabe que el cielo, con sus lluvias, se quedará alojado por siempre en mis entrañas.

Un trueno me devuelve a la ventana. La tarde se ha hecho noche en un momento, licuando los segundos en la furia de este limbo que parece caer. Al volver la mirada vuelvo a verte. Ahora eres otro joven cargado de promesas. La sala se ha tornado en la de un piso con un balcón con vistas a un futuro que no nos mantendrá. Frente al televisor, siempre encendido, me escondes en tu abrazo. Sé que no pertenezco a aquel espacio, pero me sé feliz negando la evidencia. Ya enfrentaré mañana esa triste verdad a tus silencios.

No deja de llover. Este junio que nace con forma de diluvio golpea con su muerte en mi ventana. Por alguna rendija se está colando el frío en este cuarto que me mantiene lejos de las aguas. Una nota se escapa de tu bajo y mis ojos se vuelven a buscarte. Tu extrema delgadez, que me sonríe, preside el gran salón de la que fue mi casa, aún sin serlo de veras, donde se oye esa música que nunca comprendí. Me invitas a sentarme en tu chaise longue y me cuentas los planes que has hecho por nosotros. Mientras voy escuchando tus palabras, un sabor a ceniza me viene a la garganta. Comprendo que he quemado las naves de tu viaje por mi espalda.

La luz de otro relámpago enciende mi ventana. Madrid entre las llamas, trata de protegerse como un hombre que corre bajo los soportales. Me digo que esta lluvia debería cesar. Es hora de sentir el verano en las calles, de desvestir los cuerpos al calor, de abandonar la escarcha. Ya existe de por sí demasiada humedad sin tanta lluvia.

Me aburro de la escena que ofrece mi ventana y busco en mi salón otro argumento con el que entretenerme. Me sorprenden los ojos de otros rostros de ti. El tú escritor, el hombre con guitarra, el tú que utilizaba la ventana para entrar a buscarme. Todos aquellos tús que hoy se diluyen, se mezclan y me invaden, para colmar de ausencias toda la soledad de estas cuatro paredes.

Otro ruido del cielo desmonta mi visión. Y me descubro sola, igual que siempre. Sola yo en esta sala. Solo mi soledad, ahogándose en la tarde del diluvio.

lunes, 9 de mayo de 2011

Enajenada


Estoy sin estar, paso sin ser, hablo sin voz. Soy un espectador para mi propia vida. Nada me alcanza más allá de la capa que forjé, dentro de los muros que construí a mi alrededor para esconderme, para impedir que las dagas volvieran a rozarme.

Camino sin rumbo dejándome llevar, rodeándome de voces que apenas escucho. En mi maleta solo llevo la distancia entre lo que ahora soy y lo que fui algún día, los pasos que nunca daré, y todo lo perdido.

El mutismo ha venido a acompañarme. Me muerdo la lengua impidiendo que salgan las palabras que quisiera pronunciar, verdades que hubiera gritado en otro tiempo, pero no ahora, ya no, porque ya nada me mueve a mostrarme, a perder la cabeza dejándome escapar, a salir de mi misma y exponerme a la luz.

Hoy visto de silencio. De nada sirve ya escupir mis certezas pues me falta interés por los oídos que puedan alcanzar.

Me cansé de mi propia rutina, de regalarme en cada paso, de vivir en un continuo fluir de sentimientos, de ascender y bajar cada vez más deprisa. Todas las emociones se fueron deshojando cuando me alcanzaron las dagas de la verdad desnuda. Hoy ya no queda nada de todo lo que fue, si es que fue en realidad y no tan solo sueño.

Me escondo en el silencio de mis cuatro paredes, me evado de las noches cargadas de sorpresas, y he perdido hasta el hilo que antes me anudaba al correr de este mundo, el cordón umbilical que me ataba a esta tierra también se deformó.

Soy ajena a mi vida y a todas sus mentiras. Ajena a estar viviendo sin vivir. Ajena a seguir siendo, aún sin ser.

Enajenada por mi yo más silente, alienada por quien nunca quise ser, sigo vagando. No encontraréis siquiera la huella de mis pasos en estos pasos míos.

Porque estoy sin estar, paso sin ser, hablo sin voz.

viernes, 29 de abril de 2011

El naufragio


Al fin abrí los ojos. Y con la nueva luz, aquel océano que una vez creí ver tras tu mirada se transformó en un mar de olas infinitas.

Me acerqué a tus orillas para otearte el fondo. Bajo todas las algas percibí sólo piedras, arenas movedizas, maremotos ocultos. Pero soy temeraria o inconsciente. Por eso así los remos y me subí a la barca que un día me construiste. Fui adentrándome en ti, te navegué a conciencia, me perdí en tu marea errática y dispar como un Cousteau curioso. Náufraga entre tus olas disfruté de la brisa y gocé de la extraña sensación del marino cuando se sabe preso de unos brazos de mar. Cuando sólo la espuma que salpica la barca esconde ya en sí misma toda la inmensidad y sus misterios.

Entonces cambió el viento. La fuerza que adoraba se volvió peligrosa. Mi barca se escoraba dejándome indefensa al paso de tus olas. Se hizo cruel tu resaca, me arrastraste sin freno y a tu antojo con tu aire de Medusa. Y al borde de tu abismo, perdida allá en lo hondo, cuando toda la tierra no era más que espejismo, me topé con tus rocas impidiéndome el paso.

Eché la vista a popa, busqué en tu hidrografía la ruta de retorno para virar mi rumbo, huir de tu oleaje, salir de ti, del sueño de ser un navegante en un mar agitado, volver a tierra firme. Luché, tal como Owen, desde Homero hasta Conrad por leer en tu arena cómo hallar mi salida.

Pero entonces lo vi. Al fondo de mi barca, diminuto y oculto, dejaste un agujero por donde se colaba tu extraña liquidez.

Para estas ocasiones, siempre llevo un chaleco salvavidas al fondo de mi bolso. Ahora, mientras con las dos manos trato de forma inútil de achicarte, intento comprender al mismo tiempo por qué sólo esta vez lo abandé en la orilla...

domingo, 10 de abril de 2011

Con tu último abrazo,
recogiste del suelo tu camisa de cuadros,
buscaste tus zapatos debajo de la cama,
llenaste tus bolsillos con todas tus señales
y me dijiste adiós.

Al borde la puerta,
vi como deshacías el camino que andamos
hacía ya algunas horas,
cómo rebobinabas las horas con los pasos,
cómo por el pasillo que conduce a la entrada
borrabas con tus prisas las ganas de sabernos,
las verdades a medias que nunca nos contamos,
el sueño de tenerte, de nuevo, a mi costado,

Lo que nunca diré y que callo, orgullosa,
porque me puede el miedo de que no reconozcas
mi voz, si lo pronuncio,
de que no me acompañes otra vez,
otra noche,
por el mismo pasillo por el que ahora te alejas
hacia ese otro lugar,
hacia ese tu otro mundo, en el que yo no existo,
donde habitan más cuerpos, más bocas,
muchas manos,
donde no eres aquél que a veces reconozco
cuando dejas caer todos los antifaces
en noches como esa,
antes de recogerlos junto a tus pertenencias
y volver a alejarte.

Al borde de la puerta,
el miedo y la nostalgia de saber que he perdido
se apoderan de mí.

Al borde de la puerta,
solo espero que un día, cuando aún no sea tarde,
tenga al fin el valor de decir lo que callo:
No te vayas, aún no,
deja que me refugie otra vez en tu abrazo,
deja que me descubra, por fin,
que muestre el sentimiento que me empuja a tus brazos,
que haga luz en la oscura neblina que hoy habita
aún entre nosotros,
que muestre mis heridas para que al fin comprendas
que miento cuando callo y agacho la mirada
para decirte adiós,
fingiendo que no importa que tomes el pasillo
desandando tus pasos,
que miento cada noche
negando que no hundiste mi armadura y mis muros,
que no me desarmaste una tarde, hace tiempo.
Que no te necesito.

Al borde de la puerta,
cuando veo a tu urgencia salir en pos del día
sueño con que la noche regrese a visitarnos.

Y continúo callada.
Al borde de la puerta,
al borde del abismo que solo yo he creado,
con el miedo y tu ausencia mirándome de frente.

miércoles, 30 de marzo de 2011






“Aquí la nada y todas
las cosas en su sitio”
RAFAEL GUILLEN
Sigue el olor a incienso,
y los libros, las velas, los recuerdos
enjaulados, las fotos, quizá los sentimientos,
pero tú ya no estás, porque estoy sola,
seguramente sola,
y no logro dejar de ver el tiempo,
este dichoso tiempo que ahora no transcurre
cuando ayer se esfumaba dejándonos desnudos,
corriendo, date prisa,
sin poder disfrutar de aquellas sensaciones,
del cansancio, el sudor,
los dulces arañazos de la espalda,
y el frío,
ese maldito frío de después del deseo
que hiela nuestros besos.

Y miro hacia la puerta, y no se abre,
y todo sigue igual. Me sigo levantando,
y corro, y subo, y bajo, y leo tus poemas
antes de darme al sueño,
y si salgo a la calle
rebusco en las esquinas para ver si apareces
así, como de pronto,
para después decirte que habrá sido el destino,
el duende puñetero,
que no quiere dejar que estemos lejos.

Regreso, sin haberte encontrado.
(Aquí, solo el silencio).
El teléfono mudo me devuelve del sueño
gritándome al oído que no tengo mensajes.
Desordeno las cosas
buscando alguna nota que diga que has venido,
que me echas de menos,
que no puedes vivir si no estoy cerca,
que quizás te es difícil salir de la rutina,
o que riegue las plantas.
Pero no encuentro nada y solo siento el frío,
el orgulloso frío de estas cuatro paredes
que impiden que ahora vaya tras tus pasos
suplicando que vuelvas,
diciendo a voz en grito que te echo de menos,
que no puedo vivir si no estás cerca,
que sin duda es difícil salir de la rutina,
y que, cómo olvidarme,
te he regado las plantas.


Y nada de esto ocurre y sigo sola,
seguramente sola,
inmóvil en el centro de la casa vacía,
buscando inútilmente tu voz entre las cosas,
y mirando a la puerta
que sigue sin abrirse.

(Publicado en el Poemario "Crecerán Recuerdos")

martes, 8 de marzo de 2011

No fueron más de diez las noches que dejaste a tu pelo perderse entre mi almohada. No fueron más de cien las veces que allí mismo, soñé con tus caricias, ni fueron más de mil los besos que nos dimos.

Trajiste a nuestro encuentro la memoria del daño oculta entre tus labios. Yo llevé mi coraza para ocultar detrás de su estructura la sombra de mis miedos. En cambio la perdí, ya no recuerdo si la primera noche o quizás en la quinta, pero un día de pronto me descubrí sin máscaras, expuesta al escrutinio de tus ojos, sin trampas ni refugios. Tan solo yo, desnuda, esperando las dagas de tus manos que habrían de llegar. No había remedio.

No presentí el frío, y apenas la conciencia del muro que creaste entre nosotros me vino claramente. Nada se hizo presagio de tu huída hasta que ya fue tarde. Ahora bato mis alas en contra de las piedras. Doy bandazos al aire que hay entre nosotros. Golpeo mi existencia contra el cemento duro e inerte en que te ocultas, buscando alguna grieta, un resquicio de luz, una quimera que es posible y certero que nunca encontraré.

Sólo tú eres el dueño de las llaves. Sólo si tú lo eliges, las murallas caerán, los huecos se harán humo, se irán en un derrumbe la nieve y la distancia, y por fin podré verte, de nuevo, y descubrir si mereció la pena tanto golpear al viento...

viernes, 4 de febrero de 2011

Bajo el dominio de mis propias manos

Intento moverme, pero no puedo. Mi cuerpo no responde, como tampoco lo hacen mis manos cuando trato de cerrarlas. Ellas siempre están abiertas. Abiertas y frías. Por eso jamás apresan nada. Por eso, casi todas las veces, tampoco sienten nada. Solo siguen abiertas a su antojo, en un gesto que oscila entre la petición y el deseo, entre del ansia de coger, de palpar y de sentir y la incapacidad de conseguirlo.

Ahora comprendo porque todo pasa por mi lado sin llegar a quedarse.
Mis manos no saben acoger.

Pero, algunas veces, pocas, cuando rozan ligeramente otras manos calientes como sin previo aviso y se sorprenden, un ligero temblor se apodera de ellas y me hace creer, solo por un momento, que existe algo de vida dentro de su frialdad. Solo dura un segundo pero es cierto.

Sin embargo, esa sensación, como todas las otras, también desaparece.

Mis manos solo saben escribir, y ni siquiera eso lo hacen bien, (aunque no querría molestarlas y que, rápidamente, cerraran el portátil con un golpe, seco y abrupto como a veces ocurre). Escribir es mi terapia, pero este mérito de psicoanálisis es solamente suyo. Porque yo no proceso nada de lo que acaba vertido en estas hojas, absurdas y arrugadas, que pasaran al olvido nada más terminarlas. Yo solo soy consciente de que hay días, o noches de silencios, donde me invade la urgente necesidad de escribir. Ellas, las gélidas autónomas, siempre hacen el resto.

Cabalgan a su antojo por las letras de forma compulsiva, y yo apenas alcanzo a seguir su argumento. Es por esa razón que casi nunca conozco de qué hablan hasta el mismo momento en el que, exhaustas y agotadas, mudas ya de palabras, se alejan del teclado, y vuelan por el aire en busca de un cigarro que acercar a mis labios.

Entonces, ya consciente, releo el texto escrito y me sorprendo. Porque en esas palabras salidas de mis manos siempre suelo andar yo, oculta entre sus formas, aunque hasta a mí me cueste a veces descubrirme.

Y esta es mi verdad: Ellas mandan, yo acato.

Hoy se han puesto orgullosas y han querido enseñar ante el mundo su destreza, su poder sobre mí, su dominio y la ausencia de toda mi autoría.

Mañana, nadie sabe qué saldrá de sus huellas.

martes, 25 de enero de 2011

“Imaginar los sitios posibles donde estabas, (…)
saber que nos mirábamos antes de conocernos,
son capítulos largos de mi vida”
Luís García Montero


No debí abrir tu puerta. Creo que la forcé,
puede que demasiado.

Sabía que estaría abierta para mí.
Sabía que, si llamaba,
como llamé en silencio,
te harías realidad bajo su marco.

Desde el primer contacto que tuve con tus letras
tenía la certeza de aparecer un día
perdida entre tus líneas.

Era cuestión de tiempo.

El problema es que ahora
que pretendo cerrarla,
no doy con el camino de regreso…

martes, 11 de enero de 2011

Distancia

Nada tienen que ver los cuerpos, su ubicación, o el espacio que ocupen sus formas en la sala.
Puedo estar a tu lado y que no me percibas. Puedo estar a kilómetros de ti y encontrarme pegada a tu costado.

La física, al final, no importa en estos casos.

Ahora estoy sin estar, por ejemplo, aunque algunos me vean. Mi mente no está aquí, aunque intento atraerla por momentos para que mi ausencia no resulte evidente ante sus ojos, para no provocar un accidente mientras cruzo la calle, no mostrar cómo no les reflejo si me miran de frente, no descubrirme ante ellos como un cuerpo sin vida, que es lo que soy ahora, porque no vivo aquí, sino que habito en algún otro lado, un poco más allá de esta miseria.

Si te cruzas conmigo no tengas por seguro que podrás encontrarme. Si no me ves, no creas, que me mantienes lejos. A veces, este estar sin estar, es parte de la esencia de mantenernos vivos.

Pues si lo piensas bien no existe mayor dicha, algunas veces, que la de ver el rastro de unos pasos, sin poder alcanzar a oír ni una pisada...

martes, 4 de enero de 2011

Te observo desde lejos, desde el silencio que ofrece la pantalla, tratando de no actuar, de no sobreponerme a mi propio ejercicio de silencio para no interferir.

Te veo ansiar cometas que querría ofrecerte, vislumbro cada paso que das en pos de nada, el recuerdo insondable de un futuro que anhelas, sin quererlo si quiera, pero que mi otro yo, el que mira callado, estaría encantado de ofrecerte en bandeja, no importa el material, aunque mi yo silente no acierte a decidirse.

Voy y vengo a través de un mar indiferente, navego de tu ausencia hasta mi orilla ausente, esperando observar un resquicio de luz que salga de tu faro para llegar a mí.

Pero sólo trasmites señales inconclusas tratando de salvarte, destellos incoherentes, un camino marcado por un ir y venir hacia quién sabe dónde. Desde quién sabe quién.

Recuerdo a Benedetti y cruzo en la distancia dedos imaginarios para que no tropieces y caigas sin remedio en esa salvación que andas buscando. Porque tú no. No tú. La vida ya es ingrata para que tú te salves.

Pero no digo nada.

Sólo sigo observando...