lunes, 16 de diciembre de 2013

Anestesiados


Cuando era pequeña, bajaba con mis hermanos a correr a la calle, a jugar a la pelota, a montar en bici…

Iba al colegio y aprendía cosas que me iban a ser útiles para hacer algo con mi vida. Fui a la universidad pública, e hice dos carreras, segura de que al salir conseguiría un trabajo.

Iba en metro por Madrid y me divertía escuchando a la gente que cantaba y tocaba cualquier tipo de instrumento. Disfrutaba viendo los espectáculos callejeros de la calle Preciados, los títeres del retiro, los hombres estatua que solo se movían si les echaba una moneda.

Mi madre me llevó a mi primera manifestación y me abrió mi primera cuenta en el banco. Ella creía que con lo primero, me enseñaba a luchar por mis derechos y que en ese banco, mi dinero crecería y estaría seguro.

Los policías no me daban miedo. Y estaba convencida de que si alguien me agredía, no serían ellos.

Los comedores sociales eran uso solo de unos pocos. Unos pocos que si dormían en la calle no eran multados.

La gente no rebuscaba comida en las basuras, ni moría intoxicada por comer lo que encontraba en ellas.

Crecí en un lugar donde mis ideas parecían tener valor. Donde creía que los gobiernos votados por el pueblo, hacían lo que ese pueblo les pedía.

Vivía en un país donde me contaron que todo el mundo tenía derecho a la salud, a la educación y a una vivienda digna.

Ahora todo eso no existe, está prohibido o es mentira. 

Ya no podemos jugar, correr, cantar, manifestarnos, beber, fumar y casi ni pensar libremente sin temor a ser sancionados, detenidos, multados o agredidos por defender nuestros derechos.

Miles de personas no tienen ni trabajo, ni dinero, ni casas. Pero si mendigan, limpian parabrisas para sacar algo, venden kleenex o duermen en la calle les ponen unas multas que obviamente jamás podrán asumir.

Los bancos ya no protegen nuestro dinero. Lo secuestran, lo roban, lo malversan. Se quedan con las casas de la gente y estafan a diario, pero están protegidos por la ley.

Salir de este país es la única esperanza de los jóvenes para encontrar trabajo. Si exigen en las calles su derecho a un futuro mejor, se arriesgan a ser golpeados, agredidos o detenidos. Si sus padres secundan huelgas por una educación mejor, se  les amenaza con perder la custodia de sus hijos.

Yo, que jamás he tenido ningún enfrentamiento, antes de ir a una manifestación, me apunto el nombre de los abogados de guardia, y salgo con miedo.

Los políticos roban y no pasa nada. La monarquía roba y no pasa nada. Si un juez intenta "tirar de la manta" es inhabilitado. Pero si tú robas una barra de pan para dar de comer a tus hijos ten por seguro que vas a ir a la cárcel.

Nos quitan cada vez más derechos. Nos niegan incluso lo básico.

Pero no hacemos nada.

Me pregunto hasta dónde seremos capaces de aguantar sin reaccionar de verdad.

Me aterra mucho más esta anestesia de la gente, que la crueldad e ineptitud de los gobiernos


viernes, 8 de noviembre de 2013

Hubo un tiempo




Hubo una época
cuando todo eran risas, locura,
juventudes,
y la noche era ruidos de cantos de sirenas,
un tiempo en que los bares
guardaban nuestros pasos
y una risa apagada, era lo más amargo
que podías sentir,
un tiempo en que los cuerpos
eran el no cobijo de nuestras madrugadas,
y los desconocidos miraban nuestros ojos
con cada amanecer.

Hubo un día una época
en que no había presión ni decepciones,
no éramos responsables de más
que nuestra nada,
un tiempo en que era solo,
soledad y reencuentro,
solo un tiempo pasando hacia
éste futuro,
hacia la madurez y hacia toda su carga
pero no lo supimos

hasta que ya fue tarde.