miércoles, 30 de marzo de 2011






“Aquí la nada y todas
las cosas en su sitio”
RAFAEL GUILLEN
Sigue el olor a incienso,
y los libros, las velas, los recuerdos
enjaulados, las fotos, quizá los sentimientos,
pero tú ya no estás, porque estoy sola,
seguramente sola,
y no logro dejar de ver el tiempo,
este dichoso tiempo que ahora no transcurre
cuando ayer se esfumaba dejándonos desnudos,
corriendo, date prisa,
sin poder disfrutar de aquellas sensaciones,
del cansancio, el sudor,
los dulces arañazos de la espalda,
y el frío,
ese maldito frío de después del deseo
que hiela nuestros besos.

Y miro hacia la puerta, y no se abre,
y todo sigue igual. Me sigo levantando,
y corro, y subo, y bajo, y leo tus poemas
antes de darme al sueño,
y si salgo a la calle
rebusco en las esquinas para ver si apareces
así, como de pronto,
para después decirte que habrá sido el destino,
el duende puñetero,
que no quiere dejar que estemos lejos.

Regreso, sin haberte encontrado.
(Aquí, solo el silencio).
El teléfono mudo me devuelve del sueño
gritándome al oído que no tengo mensajes.
Desordeno las cosas
buscando alguna nota que diga que has venido,
que me echas de menos,
que no puedes vivir si no estoy cerca,
que quizás te es difícil salir de la rutina,
o que riegue las plantas.
Pero no encuentro nada y solo siento el frío,
el orgulloso frío de estas cuatro paredes
que impiden que ahora vaya tras tus pasos
suplicando que vuelvas,
diciendo a voz en grito que te echo de menos,
que no puedo vivir si no estás cerca,
que sin duda es difícil salir de la rutina,
y que, cómo olvidarme,
te he regado las plantas.


Y nada de esto ocurre y sigo sola,
seguramente sola,
inmóvil en el centro de la casa vacía,
buscando inútilmente tu voz entre las cosas,
y mirando a la puerta
que sigue sin abrirse.

(Publicado en el Poemario "Crecerán Recuerdos")

martes, 8 de marzo de 2011

No fueron más de diez las noches que dejaste a tu pelo perderse entre mi almohada. No fueron más de cien las veces que allí mismo, soñé con tus caricias, ni fueron más de mil los besos que nos dimos.

Trajiste a nuestro encuentro la memoria del daño oculta entre tus labios. Yo llevé mi coraza para ocultar detrás de su estructura la sombra de mis miedos. En cambio la perdí, ya no recuerdo si la primera noche o quizás en la quinta, pero un día de pronto me descubrí sin máscaras, expuesta al escrutinio de tus ojos, sin trampas ni refugios. Tan solo yo, desnuda, esperando las dagas de tus manos que habrían de llegar. No había remedio.

No presentí el frío, y apenas la conciencia del muro que creaste entre nosotros me vino claramente. Nada se hizo presagio de tu huída hasta que ya fue tarde. Ahora bato mis alas en contra de las piedras. Doy bandazos al aire que hay entre nosotros. Golpeo mi existencia contra el cemento duro e inerte en que te ocultas, buscando alguna grieta, un resquicio de luz, una quimera que es posible y certero que nunca encontraré.

Sólo tú eres el dueño de las llaves. Sólo si tú lo eliges, las murallas caerán, los huecos se harán humo, se irán en un derrumbe la nieve y la distancia, y por fin podré verte, de nuevo, y descubrir si mereció la pena tanto golpear al viento...