viernes, 30 de diciembre de 2011

La vida no debería ser esto


Como almas en pena,
movidos por el sueño de lo que nunca fuimos,
sin ser al fin capaces de alzar los pies del suelo,
atados a un reloj…

La vida
no debería ser esto, te repites.
Pero la realidad se agolpa impenetrable
en los ojos cansados
que en el vagón devuelven a tu mirada inerte
reflejos de caminos paralelos.

Yo no,
no a mí,
yo sé que a mí la vida
me guarda otro destino…

Mentiras como salmos que todas las mañanas
acompañan tus huesos al pie de la oficina…

jueves, 29 de diciembre de 2011

Un arte de vivir



Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa,
tu corbata de tarde, la carta que le escribes
a un amigo, la opinión sobre un lienzo, que dirás
en la charla, pero que no tendrás el torpe gusto
de pretender escrita. Beber, que es un placer efímero.
Amar el sol y desear veranos, y el invierno
lentísimo que invita a la nostalgia (¿de dónde
esa nostalgia?). Salir todas las noches, arreglarte
el foulard con cariño esmerado ante el espejo,
embriagarte en belleza cuanto puedas, perseguir
y anhelar jóvenes cuerpos, llanuras prodigiosas,
todo el mundo que cabe en tanta euritmia.
Dejar de amanecida tan fantásticos lechos,
y olerte las manos mientras buscas taxi, gozando
en la memoria, porque hablan de vellos y delicias
y escondidos lugares, y perfumes sin nombre,
dulces como los cuerpos. ¡Qué frío amanecer entonces,
qué triste es, qué bello! Las sábanas te acogerán
después un tanto yermas, y esperarás el sueño.
Del día que vendrá no sabes .nada. (No consultas
oráculos). Te quemarán hastíos y emociones,
tertulias y bellezas, las rosas de un banquete
suntuario, y las viejas callejas, donde se siente
todo, en el verano, como un aroma intenso.
Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa.
y si todo va mal, si al final todo es duro,
como Verlaine, saber ser el rey de un palacio de invierno.

Luís Antonio de Villena

jueves, 1 de diciembre de 2011

Tratando de aprehender



Intuyo que llegué a la luz de casualidad, que no me era predestinada. La rocé con las manos un momento para sentir su tacto. Para aprehender en mí algo de su estructura. Por si en un solo instante, a través de las yemas de mis dedos, podía transformarme. Transformar este barco a la deriva, sin quilla ni codaste, sin roda ni timón, en un buque flotante, estable, navegante. Pero la luz se fue, se apagó, se hizo humo. Intuyo que quizá solo quiso enseñarme que nada es infinito...