viernes, 4 de febrero de 2011

Bajo el dominio de mis propias manos

Intento moverme, pero no puedo. Mi cuerpo no responde, como tampoco lo hacen mis manos cuando trato de cerrarlas. Ellas siempre están abiertas. Abiertas y frías. Por eso jamás apresan nada. Por eso, casi todas las veces, tampoco sienten nada. Solo siguen abiertas a su antojo, en un gesto que oscila entre la petición y el deseo, entre del ansia de coger, de palpar y de sentir y la incapacidad de conseguirlo.

Ahora comprendo porque todo pasa por mi lado sin llegar a quedarse.
Mis manos no saben acoger.

Pero, algunas veces, pocas, cuando rozan ligeramente otras manos calientes como sin previo aviso y se sorprenden, un ligero temblor se apodera de ellas y me hace creer, solo por un momento, que existe algo de vida dentro de su frialdad. Solo dura un segundo pero es cierto.

Sin embargo, esa sensación, como todas las otras, también desaparece.

Mis manos solo saben escribir, y ni siquiera eso lo hacen bien, (aunque no querría molestarlas y que, rápidamente, cerraran el portátil con un golpe, seco y abrupto como a veces ocurre). Escribir es mi terapia, pero este mérito de psicoanálisis es solamente suyo. Porque yo no proceso nada de lo que acaba vertido en estas hojas, absurdas y arrugadas, que pasaran al olvido nada más terminarlas. Yo solo soy consciente de que hay días, o noches de silencios, donde me invade la urgente necesidad de escribir. Ellas, las gélidas autónomas, siempre hacen el resto.

Cabalgan a su antojo por las letras de forma compulsiva, y yo apenas alcanzo a seguir su argumento. Es por esa razón que casi nunca conozco de qué hablan hasta el mismo momento en el que, exhaustas y agotadas, mudas ya de palabras, se alejan del teclado, y vuelan por el aire en busca de un cigarro que acercar a mis labios.

Entonces, ya consciente, releo el texto escrito y me sorprendo. Porque en esas palabras salidas de mis manos siempre suelo andar yo, oculta entre sus formas, aunque hasta a mí me cueste a veces descubrirme.

Y esta es mi verdad: Ellas mandan, yo acato.

Hoy se han puesto orgullosas y han querido enseñar ante el mundo su destreza, su poder sobre mí, su dominio y la ausencia de toda mi autoría.

Mañana, nadie sabe qué saldrá de sus huellas.