martes, 8 de marzo de 2011

No fueron más de diez las noches que dejaste a tu pelo perderse entre mi almohada. No fueron más de cien las veces que allí mismo, soñé con tus caricias, ni fueron más de mil los besos que nos dimos.

Trajiste a nuestro encuentro la memoria del daño oculta entre tus labios. Yo llevé mi coraza para ocultar detrás de su estructura la sombra de mis miedos. En cambio la perdí, ya no recuerdo si la primera noche o quizás en la quinta, pero un día de pronto me descubrí sin máscaras, expuesta al escrutinio de tus ojos, sin trampas ni refugios. Tan solo yo, desnuda, esperando las dagas de tus manos que habrían de llegar. No había remedio.

No presentí el frío, y apenas la conciencia del muro que creaste entre nosotros me vino claramente. Nada se hizo presagio de tu huída hasta que ya fue tarde. Ahora bato mis alas en contra de las piedras. Doy bandazos al aire que hay entre nosotros. Golpeo mi existencia contra el cemento duro e inerte en que te ocultas, buscando alguna grieta, un resquicio de luz, una quimera que es posible y certero que nunca encontraré.

Sólo tú eres el dueño de las llaves. Sólo si tú lo eliges, las murallas caerán, los huecos se harán humo, se irán en un derrumbe la nieve y la distancia, y por fin podré verte, de nuevo, y descubrir si mereció la pena tanto golpear al viento...

No hay comentarios:

Publicar un comentario