jueves, 11 de noviembre de 2010

Todo en orden

Cuando por fin la casa volvió a buscar su orden, la puerta se cerró como debía, las paredes volvieron a su sitio, y el sofá, silencioso, ahuecó los cojines, borrando así la huella de sus nalgas.

Cuando cesó el crujido de las sillas de mimbre dando fin a su paso y la cisterna terminó de llenarse, las luces se apagaron, y en la pared los cuadros volvieron a colgar como si nunca hubieran estado en otro sitio.

El agua de los grifos dejó de hacerse gotas, el techo se deshizo por no notar su ausencia, y todos los armarios cerraron sin demora sus puertas y cajones, tratando de ocultar los huecos de su ropa.

Cuando toda la casa quedó tal como estaba, se borraron sus pasos perdidos en la alfombra y su olor naufragó por todas las ventanas. Sus pelos se escaparon del lavabo y el ruido de su voz fue expulsado del eco que habitaba en el cielo del ascensor.

Cuando todo regresó a su sitio y el orden recobró su hegemonía, un gris, como de odio, llenó cada rincón de aquella casa, como si desde siempre, su voz, su olor, su cuerpo, su desnudez y, en fin, toda su vida habitara dispersa por todas las esquinas.

Y fue en ese momento cuando supo, que jamás, se libraría de ella.

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