lunes, 6 de junio de 2011

El diluvio



Estoy tras la ventana. El cielo de Madrid se desvanece en líquidos recuerdos con olores de invierno prematuro. Me giro y ahí estás, con sueños de poeta adolescente, sentado en un sillón que no es el mío, sino un sillón robado al tiempo y la distancia, ocupado en la ausencia de sus dueños. En el suelo, sobre una manta azul, yo te sonrío. Mis ojos aún conservan toda la ingenuidad de quien no sabe que el cielo, con sus lluvias, se quedará alojado por siempre en mis entrañas.

Un trueno me devuelve a la ventana. La tarde se ha hecho noche en un momento, licuando los segundos en la furia de este limbo que parece caer. Al volver la mirada vuelvo a verte. Ahora eres otro joven cargado de promesas. La sala se ha tornado en la de un piso con un balcón con vistas a un futuro que no nos mantendrá. Frente al televisor, siempre encendido, me escondes en tu abrazo. Sé que no pertenezco a aquel espacio, pero me sé feliz negando la evidencia. Ya enfrentaré mañana esa triste verdad a tus silencios.

No deja de llover. Este junio que nace con forma de diluvio golpea con su muerte en mi ventana. Por alguna rendija se está colando el frío en este cuarto que me mantiene lejos de las aguas. Una nota se escapa de tu bajo y mis ojos se vuelven a buscarte. Tu extrema delgadez, que me sonríe, preside el gran salón de la que fue mi casa, aún sin serlo de veras, donde se oye esa música que nunca comprendí. Me invitas a sentarme en tu chaise longue y me cuentas los planes que has hecho por nosotros. Mientras voy escuchando tus palabras, un sabor a ceniza me viene a la garganta. Comprendo que he quemado las naves de tu viaje por mi espalda.

La luz de otro relámpago enciende mi ventana. Madrid entre las llamas, trata de protegerse como un hombre que corre bajo los soportales. Me digo que esta lluvia debería cesar. Es hora de sentir el verano en las calles, de desvestir los cuerpos al calor, de abandonar la escarcha. Ya existe de por sí demasiada humedad sin tanta lluvia.

Me aburro de la escena que ofrece mi ventana y busco en mi salón otro argumento con el que entretenerme. Me sorprenden los ojos de otros rostros de ti. El tú escritor, el hombre con guitarra, el tú que utilizaba la ventana para entrar a buscarme. Todos aquellos tús que hoy se diluyen, se mezclan y me invaden, para colmar de ausencias toda la soledad de estas cuatro paredes.

Otro ruido del cielo desmonta mi visión. Y me descubro sola, igual que siempre. Sola yo en esta sala. Solo mi soledad, ahogándose en la tarde del diluvio.

1 comentario:

  1. Me gustaría formar parte de esos "tús", ser parte de tu historia y que me escribas en las tardes de lluvia.

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