viernes, 18 de noviembre de 2011

El orden y el vacío



Todo se transformó una tarde, arrancando los colores del sillón, llevándose la luz y las bombillas, pintando mis paredes de cansancio. Caí sin darme cuenta en la tierra de nadie, sin ayeres ni mañanas que pisar. En mi casa no hay caminos de ida y vuelta, solo callejones que no conducen a ninguna parte. Callejones como laberintos que crecen en círculos, que me devuelven contínuamente al vacío de sepulcro en el que anido, como un pájaro de alas rotas. Un pájaro en el que no reconozco nada de lo que fui.

Nadie cambia de pronto. Sin embargo yo cambié, o me cambiaron las circunstancias, el tiempo, las decepciones. El hastío de no hallar nada detrás de las puertas. El tedio de mantener la misma rutina. Tantas noches como armarios repletos de conversaciones vacías. Tantas mañanas para borrar. Tanta nada. El orden continuado, matemático y lógico del que se ha dejado atrapar por el vacío. La soledad acechando en la garganta, cuando los teléfonos quedaron mudos. Y en algún rincón, adormecida, la incertidumbre de un futuro ni tan siquiera late.

Todo sigue su orden. Suena el despertador. Sé qué es lo que me espera esta nueva jornada. Lo mismo que las otras. Abandonaré el calor de las mantas, iré hasta la cocina y me pondré un café que tampoco conseguirá despertarme. Tomaré una ducha. Me vestiré con la misma ropa de todas las mañanas. Pasaré del frío de la calle al calor del metro. Llegaré a la oficina. Las horas volarán como si nada y llegará la noche. Y al cabo de unas horas, cuando por fin mi espalda se acurruque de nuevo entre las sábanas, soñaré con un cambio de rumbo, con el desorden, con que regrese al menos el miedo o el llanto a alborotar mi mundo. Con la fatalidad asomando a mi puerta.

Con un poco de caos, dentro de tanto orden. Con un poco de luz entre tanto vacío.