lunes, 9 de mayo de 2011

Enajenada


Estoy sin estar, paso sin ser, hablo sin voz. Soy un espectador para mi propia vida. Nada me alcanza más allá de la capa que forjé, dentro de los muros que construí a mi alrededor para esconderme, para impedir que las dagas volvieran a rozarme.

Camino sin rumbo dejándome llevar, rodeándome de voces que apenas escucho. En mi maleta solo llevo la distancia entre lo que ahora soy y lo que fui algún día, los pasos que nunca daré, y todo lo perdido.

El mutismo ha venido a acompañarme. Me muerdo la lengua impidiendo que salgan las palabras que quisiera pronunciar, verdades que hubiera gritado en otro tiempo, pero no ahora, ya no, porque ya nada me mueve a mostrarme, a perder la cabeza dejándome escapar, a salir de mi misma y exponerme a la luz.

Hoy visto de silencio. De nada sirve ya escupir mis certezas pues me falta interés por los oídos que puedan alcanzar.

Me cansé de mi propia rutina, de regalarme en cada paso, de vivir en un continuo fluir de sentimientos, de ascender y bajar cada vez más deprisa. Todas las emociones se fueron deshojando cuando me alcanzaron las dagas de la verdad desnuda. Hoy ya no queda nada de todo lo que fue, si es que fue en realidad y no tan solo sueño.

Me escondo en el silencio de mis cuatro paredes, me evado de las noches cargadas de sorpresas, y he perdido hasta el hilo que antes me anudaba al correr de este mundo, el cordón umbilical que me ataba a esta tierra también se deformó.

Soy ajena a mi vida y a todas sus mentiras. Ajena a estar viviendo sin vivir. Ajena a seguir siendo, aún sin ser.

Enajenada por mi yo más silente, alienada por quien nunca quise ser, sigo vagando. No encontraréis siquiera la huella de mis pasos en estos pasos míos.

Porque estoy sin estar, paso sin ser, hablo sin voz.